martes, 31 de mayo de 2016

Pueblos malditos: los maragatos

Matrimonio de maragatos.

Hoy me voy a referir a un colectivo que pobló gran parte de la actual provincial de León, y aún persisten en la comarca denominada Maragatería, una de las ciudades más conocidas de la zona es Astorga. 

Se encuentran entre los denominados pueblos malditos, sin embargo mantienen una peculiaridades propias.  “Ellos se consideran una casta aparte en el mundo, y tan apegados están a sus leyes morales, que no adoptan de las ajenas cosa alguna ni buena ni mala”. (Concha Espina). Con estas frases extraídas de la obra de Concha Espina “La esfinge maragata” intento adentrarme en la idiosincrasia de este pueblo, uno de los llamados “malditos”. 

Los maragatos conforman uno de los pueblos más insólitos de España. Dejando al margen las hipótesis que apuntan a una supuesta procedencia judía o morisca, según, (lo cual sería muy discutible) lo cierto es que la oscuridad de su origen, así como sus muchas particularidades, dotan de gran atractivo a este curioso colectivo. 

Es preciso señalar que los maragatos, no han sido, en el sentido más amplio de la expresión, un pueblo estigmatizado, como pudieran serlo otros; es decir, nunca sufrieron persecuciones ni fueron objeto de otras tropelías por el estilo. Tampoco trataron ellos de disimular su condición de maragatos o renunciaron a las señas que los identificaban como tales, sino que siempre mantuvieron con orgullo su origen y condición. 

 Algunos alcanzaron notoriedad en distintas épocas y muchos gozaron de grandes fortunas, pero sobre ellos siempre planeó la sospecha de su origen “impuro”, lo que les privó de los privilegios que, como pueblo cristiano de asentamiento antiguo y con solar propio, les hubieran correspondido. Además, pese a su probada honradez y a la seriedad profesional que siempre se les reconoció, no encontraron la simpatía popular que estas virtudes les debían de haber acarreado. 

 Sabemos que estuvieron establecidos en tierras del norte de la actual provincia de León desde la edad media, que practicaron una endogamia estricta y que consolidaron una cultura basada en la arriería. También que una parte significativa de los maragatos logró enriquecerse con el comercio a través de la España interior, pero que nunca cayeron en ningún tipo de ostentación, sino que continuaron ligados a su forma tradicional de vida y a sus costumbres austeras y centenarias. 

 En torno a los maragatos existe una desdibujada leyenda negra, que incide en sus supuestos orígenes “impuros”, y los equipara con los judíos, con los moriscos o con otros pueblos tradicionalmente marginados. A esto contribuyó, entre otras cosas, lo singular de sus costumbres, que contrastaban con las de la inmensa mayoría de los españoles. No hay que olvidar que, en muchos sentidos, los maragatos se excluyeron del devenir de la historia común del resto de sus compatriotas y se condujeron durante varios siglos de forma autónoma, apegados a su modo de vida y al polvo de los caminos que ellos lograron convertir en oro. 

La imagen del maragato, vestido de forma un tanto estrafalaria, con sus holgados calzones –bragas maragatas-, botas y sombrero de ala ancha, tirando de una recua de mulas, se fijó en la retina de quienes los conocieron y nos los describieron hasta finales del S.XIX. Después, ya en el nuevo siglo, muchos de ellos se establecerían de forma permanente en las grandes ciudades y allí regentaron distintos establecimientos comerciales, sobre todo pescaderías y ultramarinos. Si nos acercamos a la Maragatería, a esos pueblos inconfundibles que se abren como un abanico al oeste de Astorga, no encontraremos sino retazos de lo que apenas cien años antes fuera una cultura vigorosa. 

Aparte de celebraciones puntuales, como las que se dan con ocasión de las bodas y otros festejos en los que se intenta recuperar una tradición difunta, sólo nos aguardan un par de museos locales y unas cuantas casas de arrieros reformadas para el disfrute turístico. Las omnipresentes piedras con las que alzaron sus viviendas, con las que pavimentaron sus calles y que se erigen victoriosas sobre un paisaje duro y agreste, son, como todas las de su especie, mudas. Poco nos pueden contar, aunque si prestamos atención y afinamos el oído, escucharemos su monótono discurso que nos habla de sobriedad extrema e, incluso, de cerrazón. 

AGOTES Y MARAGATOS- ¿Por qué vienen de la mano? 

El Camino de Santiago no solo ofrece paz y entendimiento entre las personas de buena fe sino que también nos enseña otra cara más amarga pues junto al recogimiento cristiano existe una historia más negra… la del odio y la marginación. Hablamos de dos etnias que fueron despreciadas por sus vecinos y que han tardado muchos siglos en reinsertarse a la sociedad. Los Agotes y los Maragatos. La superstición ha hecho un mal perverso a estas pobres gentes que solo han deseado vivir en paz con los demás. Recordemos a los primeros, los Agotes quee alojan sobre todo en los valles de Navarra como Baztán o el Roncal, y en aldeas como Arizkun. Los Maragatos en cambio se centran en una zona llamada La Maragatería, en León. Ambos han sido marginados durante siglos debido a recelos infundados debido a sus peculiares costumbres folclóricas u oficios. Por ejemplo, los Maragatos han sido humildes mercaderes o transportistas, mientras que los Agotes desgraciadamente han llegado a ser esclavos de la gleba. 

Estos recelos, envidias e incomprensión han llevado a ser excluidos de cualquier contacto con la sociedad, llegando a que estas sociedades practicaran la endogamia pues cualquier relación fuera de su entorno no era consentida. A los viajeros que hacían el Camino muchas veces se les recomendaba que no atravesaran estas poblaciones si no querían acabar mal. Este racismo llegaba al paroxismo prohibiéndoles ejercer cualquier cargo público, sentarse junto a la gente en oficios religiosos o en cualquier banco de la calle, o que participasen en fiesta comunales. 

La ignorancia pregonaba incluso que estas buenas gentes propagaban la lepra, sin darse cuenta que la suciedad en la que se hallaban se debía sobre todo a la extrema pobreza en que vivían debido al aislamiento. Para diferenciarlos de los demás vecinos de otros lugares se les obligaba a que cosieran en sus pobres ropajes una pata de oca o de gato. 

Sean, según la superstición popular, canteros malditos, esclavos fenicios y romanos huidos, cátaros condenados o incluso desertores de las tropas de Don Pelayo, estas pobres gentes han sufrido durante siglos la animadversión de las gentes que andaban por el Camino de Santiago y por sus vecinos más próximos, y es por ello que esta historia nos ha de servir de advertencia contra los infundados recelos que podemos sufrir con respecto a personas que no conocemos.

-Por Itziar Laborda

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