martes, 29 de mayo de 2012

Interraíl (IV)

No hay foto de Roma sin que salga el Coliseo.

Pisa-Roma: En la ciudad eterna disfrutaremos de su aroma.

Hay ciudades que tengo en mi lista de imprescindibles, y Roma es una de ellas. Ya había estado, años atrás con mis padres, y me había impactado mucho. Por eso, tenía grandes ganas de volver a la vieja capital de uno de los grandes imperios de la Humanidad.

Y cuando por fin llegamos a Roma, y nos impacta su presencia, su impresionante presencia de esculturas, de columnas, de mausoleos, de monumentos... es como ver un enorme museo al aire libre. Cada edificio tiene su aquel. Cogemos el albergue y nos damos un paseíllo, viendo la Fontana de Trevi, o la plaza de España.

Aquí una anécdota curiosa con el metro, donde parece que es muy fácil colarse, y donde de hecho lo difícil es pagar, pues hay un momento en el que Olga intenta pagar, y al preguntar a uno de seguridad cómo se coge el billete, éste le dice que mejor que pase sin pagar.

Al día siguiente nos dividimos, y unos vamos a las Catacumbas (a pesar de lo que se piensa la gente, los cristianos no las usaban para huir de las persecuciones sino del calor, pues hay que ver lo fresquito que se estaba ahí dentro) mientras que otros van al Vaticano. A mediodía nos reunimos en la Plaza San Pedro y por la tarde nos dirigimos al foro romano, con el Coliseo y demás. Allí tenemos la suerte de podernos unir de forma gratuita a un grupo de turistas a los que un estudiante americano de Historia, llamado Jason, da una apasionante charla, a pesar del idioma, sobre historia romana. Resulta inquietante cómo después unos tipos, probablemente de la mafia de guías oficiales, vienen literalmente a llevárselo al acabar el recorrido.

Por la noche quedamos con unos amigos eslovenos de David para cenar, y a la noche tenemos el momento friki en el albergue, cuando al oír el aserejé en el salón, nos levantamos los 4 de la cama, como movidos por un resorte, a bailar la canción del verano.

También es digna de comentar nuestra búsqueda de la pirámide Cestia, pues las indicaciones que nos habían dado parecían incorrectas, y tras una hora andando decidimos renunciar y darnos media vuelta. Para descubrir después que nos habíamos quedado a ¡una calle! de dicho monumento.

Pero ya tocaba abandonar la capital de Italia, con destino a otra ciudad bastante menos acogedora...

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