lunes, 7 de julio de 2008

Fin de semana y frustrada barbacoa

El dibujo no tiene mucho que ver, pero es simpático, y además, hoy es 7 de julio.

El sábado, en teoría, íbamos a haber tenido barbacoa, en honor a Cris, que se marcha a vivir a Barcelona, y nos convocó para comer al aire libre con día de sol y playa. Desafortunadamente, siempre que se monta una de éstas hay alguien que no puede venir, y en esta ocasión fue el Sol quien, teniendo planes mejores, decidió no venir, obsequiándonos la meteorología con una deliciosa lluvia que suponía un contratiempo para el plan campestre, y que nos hizo optar por el plan B, de ir todos (y no éramos pocos) a casa de la homenajeada a comer.

Allí estuvimos, dando buena cuenta de los víveres y jugando a juegos diversos, hasta aproximadamente las 8 de la tarde, que la fiesta se movió a mi casa, donde terminamos de cenar lo sobrante de la comida y el mueble bar fue tomado al asalto. Y una vez fuera de casa, hicimos la ya habitual ruta Azzurro-Antzoki.

Ayer domingo, a falta de la dominical partida de rol, tras quedar para comer con Olga, que este fin de semana venía de Barcelona (de emigradas a Barcelona va el fin de semana, parece) hubo tarde de juegos de mesa en la tienda Kingdom to Come.

San Fermín

Para alargar un poco la entrada, contaré una anécdota relativa a esta festividad tan navarra, acaecida hace más o menos un año, sobre cómo casi acabo yendo, sin quererlo, a Sanfermines.

Había vuelto ya de mis minivacaciones en las CLN, con el defecto de horas de sueño que ello supone, y para más añadidura, aquel lunes me fui al cine, con lo que el martes a la mañana, y recuerdo que por aquellas fechas trabajaba en Vitoria, mi estado era más propio de electrodoméstico haitiano que de persona física, y cuando desperté en el autobús, y miré el reloj, vi que eran las 8:10, cosa rara, ya que el autobús solía llegar puntualmente a destino a las 7:55.

También me extrañó que no hubiera nadie en el autobús, salvo el chófer y yo, y tras varios segundos de cavilaciones mi cerebro llegó al discernimiento de la terrible verdad: ¡me había quedado dormido!

La siguiente escena se resume con un Jokin corriendo y gritando hacia el chófer, que por lo visto no se había dado cuenta de que me había quedado yo en el autobús, y se iba ya feliz hacia Pamplona, donde tenía otro servicio.

Por suerte, aún no había llegado a salir de Vitoria, y pude ir dando un breve paseo al trabajo, y solo llegué media hora tarde, porque de haberme quedado dormido habría acabado, por primera vez en mi vida, viendo los encierros.

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