jueves, 10 de enero de 2008

Memorias de un ex-abogado (XVII)

Grabación de las cámaras de seguridad

Capítulo XVII: El señor Isidoro (II)

El otro día comencé a hablar del señor Isidoro y del tema de las humedades en su local, así como adelantaba que no era éste el único asunto en el que me hizo trabajar.

Un día que me reuní con él (una de las múltiples veces) me comentó que una empresa rival se estaba dedicando a hacerle la competencia de forma bastante desleal, en un local que aparentemente no estaba debidamente habilitado, y no tenía la licencia de actividad, y claro, quería tumbar ese negocio rival, y lo que tocaba era ir al Ayuntamiento a lidiar con funcionarios para ver el expediente y hacer las pertinentes averiguaciones.

Del aquello me limitaré a decir que no fueron pocas mis idas y venidas al Ayuntamiento, y no menos mis horas de empollarme leyes, expedientes y redactar toneladas de escritos y recursos.

No recuerdo muy bien la cronología exacta de los hechos, pero sí que Isidoro me comentó que tenía interés en ver el expediente completo, obrante en el Ayuntamiento, dado que él decía entender bastante de planos y obras, y a su juicio el local de marras no era apto de ninguna manera para la actividad en cuestión, y la licencia se podía tumbar sin problema. No fue fácil obtener la copia íntegra del expediente, pero al final, y pese a la tardanza, se consiguió, de eso me acuerdo.

Pero hubo ciertos detalles que comenzaron a deteriorar la relación abogado-cliente. El tiempo transcurría y las cosas estaban quedando un poco paralizadas. No por mi parte, sino por parte de Isidoro, que no me hacía mucho caso a las cosas que le decía (no fueron pocas las veces que le dije que era aconsejable que nos reuniéramos con el dueño del gimnasio y su abogado, pero que buscara él una fecha que le viniera bien, que el cliente era él, y a él le tenía que venir bien, y me decía sí a todo pero luego no hacía nada) y me iba enterando de algunos de sus pufos y agujeros, y las cartas de la comunidad de propietario reclamando deudas se iban sucediendo, algunas ya en forma de demandas. Pero lo que colmó el vaso fue un día que me comentó un nuevo asunto...

Un asunto de algo de unos alquileres, que "antes me lo llevaba otro abogado, y creo que le debía algo, que no le llegué a pagar".

Esto hizo que saltaran todas las alarmas. Tenía muy fresco el incidente con Doña Gregoria, y un cliente moroso era lo último que necesitaba, así que lo primero que hice fue decirle "mira, esto no va a afectar a los otros temas que te llevo, pero en este asunto, hasta que no pagues a tu anterior abogado todo lo que le debes yo no muevo un dedo". Isidoro al principio no decía nada, y por supuesto todo era un "tranquilo, que yo le pago, y realmente es poca cosa, lo que falta por pagar es algún reajuste, algún IVA, pero tranquilo que yo le pago".

Hablé con el citado abogado, llamémosle Alfonso, quien además resulta que había sido compañero de promoción de D. Giuseppe, y con quien tenía bastante buena relación, y el propio Giuseppe me confirmó que Alfonso era de fiar, y éste, Alfonso, me explicó que Isidoro era un pájaro de cuidado, que lo que le debía era una cantidad importante de dinero, y que no era la clase de persona que se había hecho rica pagando facturas, y que pedirle aquella provisión de fondos era lo más sensato que había podido hacer, y que tuviera por seguro que ése era todo el dinero que yo iba a recibir por parte de Isidoro.

Alfonso me comentó que tenía pensado emprender acciones legales contra Isidoro, y me preguntó si yo pensaba intervenir, y obviamente, con todo el Gregoriagate, lo último que yo iba a hacer sería pleitear contra un compañero de profesión. Me limité a estudiar las minutas de Alfonso, y cuando vi que, pese a las protestas de Isidoro, eran las adecuadas, requerir a éste para que las pagara, pues esa era mi obligación como abogado.

Eso terminó de deteriorar las relaciones, quebrándose un elemento principal como es la confianza cliente-abogado (huelga decir que yo no me fiaba ya un pelo de mi cliente) y áunque yo estaba dispuesto a seguir con los temas que ya había empezado, por complicados que fueran, pero la dejadez de Isidoro me vino muy bien para librarme de ellos, ya que la última comunicación que tuve con él fue la carta en la que le mandé el mencionado expediente, pidiendole que una vez estudiado me lo enviara, quedando en que me llamaría él.

No volvió a dar señales de vida, y de esto hace ya 2 años. Y lo último que supe del asunto fue hace un año cuando Alfonso me llamó para informarme que finalmente había decidido demandar a Isidoro, y que por cortesía profesional estaba obligado a avisarme. Y también aprovechó para felicitarme por haberme liado del cliente.

De todas formas, en defensa de Isidoro diré que no es que fuera un mal tipo, simplemente un huevón y un negligente, pasota tanto para pagar las deudas como para cobrarlas.

2 comentarios:

Megadoux dijo...

mira que te gusta alargar las historias para llenar más días el blog eh?
jejeje
me parece bien, que conste ;-)

Anónimo dijo...

Interesante... también se de clientes que te dicen: tú no te preocupes que yo te lo pago ...
Y ahí es cuando te empiezas a preocupar...